viernes, 27 de marzo de 2015

Praxis Común y Reflexión Colectiva

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caminos que no se encuentran
En un post anterior escribí sobre los límites de la diversidad en los proyectos de Inteligencia Colectiva, y me gustaría volver a este tema añadiendo un nuevo factor que desarrolla Michael Nielsen en su libro “Reinventing Discovery”, y que explica por qué a veces resulta imposible escalar colectivamente la inteligencia de un grupo si no existe lo que él llama una “praxis común” (“a shared praxis”) que haga posible la agregación.
Michael Nielsen afirma que un requisito fundamental para amplificar la Inteligencia Colectiva es que los participantes compartan “un cuerpo común de conocimientos y técnicas”. Que haya una “praxis común” significa que el colectivo se ha puesto de acuerdo en torno a unas premisas básicas para abordar el problema, y que hay referentes compartidos sobre cómo valorar lo que es correcto o  incorrecto. Cuando eso se da, los participantes pueden reconocer si avanzan, o no, en el proceso de búsqueda colectiva de la solución.
Esta idea se va a entender mejor con ejemplos. En ámbitos como el análisis matemático, el razonamiento ajedrecístico o la programación de software, existen métodos y normas estándar que ayudan a adoptar códigos comunes y a discernir entre una mala o buena solución. No ocurre así en campos como la política, donde es fácil discrepar sobre los valores y las premisas básicas; o en el arte, donde las perspectivas suelen ser muy subjetivas (no hay estándares estéticos consensuados) a la hora de evaluar el valor de una obra creativa, o una pieza musical, una pintura, e incluso, un libro.
Un caso interesante es la Economía, donde si bien existen métodos de razonamiento generalmente aceptados, también hay fuertes discrepancias en torno a cuestiones fundamentales. Como dice Nielsen: “aunque hay una ‘praxis común’ en economía, no es tan fuerte como la que existe en matemática, programación o el ajedrez”. Eso explica, de acuerdo al autor, que haya muchas cuestiones en economía que cueste tanto abordarlas por métodos de Inteligencia Colectiva. Esto, al parecer es más fácil cuando el debate se centra en modelos matemáticos, pero en otros ámbitos, es más complicado.
Tendría que aclarar algo aquí. Cuando Nielsen dice que sin praxis común es difícil “escalar” la Inteligencia Colectiva (IC), se refiere a llegar a conseguir consensos o acuerdos robustos y muy mayoritarios. Se está refiriendo a lograr una IC de calidad, o sea, que refleje un juicio o decisión colectiva que satisfaga al mayor porcentaje posible de participantes. Hago esta matización porque incluso habiendo opiniones muy discrepantes, donde parece imposible ponerse de acuerdo, siempre queda la opción de “agregar” el juicio colectivo mediante mecanismos menos inclusivos como es una votación. En este caso, un subgrupo vence a otro, y no hay un resultado agregado que refleje una opinión negociada colectivamente.
Voy a poner otros ejemplos que son ilustrativos de la importancia de que haya una praxis común. Supongamos que queremos agregar colectivamente el juicio de un grupo respecto de temas tan controvertidos como el aborto, la prostitución, las ideologías o la religión. Cualquier ejercicio de deliberación que intente llegar a una convergencia en estos puntos que implican una carga moral tan marcada es bastante probable que produzca tanto desgaste que sea imposible reducir la diversidad hasta lograr un “punto de vista colectivo”. Eso es así porque resulta muy complicado que la gente se ponga de acuerdo en unas premisas comunes para dar por buena o correcta una solución, lo que hace que la opinión del grupo nunca escale.
En situaciones como estas sólo habría dos posibles soluciones:
  1. Que el grupo en su conjunto baje sus exigencias “sectarias” para que haya un acuerdo de mínimos, o sea, que se negocie una praxis común (más laxa) que satisfaga a una mayoría, lo que implicaría seguramente que las distintas “escuelas” cedan en algunos puntos.
  2. Reducir la diversidad del grupo, creando subgrupos o quedándose sólo aquellas personas que compartan la misma praxis (o “escuelas” de interpretación del problema). O sea, todavía cabe la posibilidad de escalar la Inteligencia Colectiva dentro de cada “tribu”, reduciendo el colectivo sólo a los que comparten el mismo marco de referencia.
Sé que cuesta aceptar la segunda opción, y que puede ser arriesgado aplicar esta lógica a rajatablas porque podría relajar los esfuerzos de fomentar la diversidad. Pero también estoy seguro que nos va a ahorrar muchos fracasos, y desgastes innecesarios, cuando no queda otro camino.
Así que resumo el post con dos mensajes. El primero: Si la discrepancia se basa en premisas y métodos radicalmente distintos, no es posible reducir el desacuerdo a partir de la agregación colectiva porque el proceso se vuelve puramente especulativo. Cualquier intento de “agregar” se pierde en discusiones relativas a las premisas y los criterios que se deben usar para juzgar qué es lo correcto o lo mejor. De hecho, lo que ocurre es que cada parte se enquista en su punto de vista y se hace más fuerte, producto precisamente del reforzamiento grupal de cada opción. El resultado, según Nielsen, es que “el grupo se fragmenta en torno al desacuerdo, lo que limita la habilidad de escalar la colaboración”.
El segundo mensaje lo plantearé en positivo: Si queremos construir procesos de inteligencia colectiva, más nos vale ponernos de acuerdo en una serie de premisas (método, lenguaje, objetivo, valores, qué buscamos) que sirvan al grupo para trabajar con las mismas herramientas y así poder reconocer cuál es la solución o respuesta correcta. Sin ese marco de referencia, la discusión puede eternizarse: ¿Te suena, te ha pasado?
Nota: La imagen del post pertenece al album de Wally Gobetz en Flickr

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