domingo, 31 de agosto de 2014

Los Dominios De La Inteligencia

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Muchos autores subrayan la importancia que las variables emocionales o motivacionales tienen para la conducta inteligente manifiesta.


MÁS ALLÁ DE LO INTELECTUAL

La capacidad intelectual es uno de los orígenes más importantes de las diferencias individuales que afectan al comportamiento y el desempeño en el trabajo. Entender la naturaleza de la inteligencia contribuye a tener relaciones interpersonales eficientes.
La evaluación que se haga de la inteligencia de alguien puede influir en la manera de relacionarse con dicha persona. Por ejemplo, si usted considera que alguien es inteligente, buscará su opinión acerca de un problema difícil.
La inteligencia se asocia con la capacidad para aprender con rapidez, adaptarse a situaciones nuevas, emplear el razonamiento abstracto, comprender conceptos verbales y matemáticos y ejecutar tareas en las que sea preciso captar una relación.
David Wechsler la define como “la capacidad global del individuo para actuar en forma deliberada, pensar racionalmente y tratar de manera eficaz con su medio…”
El tipo de inteligencia creativo permite el surgimiento de nuevas ideas, la imaginación y la combinación novedosa de las cosas.

LO COGNITIVO LO EMOCIONAL

Claramente, estas perspectivas enfatizan las variables cognitivas en el estudio de la inteligencia. Pero por cierto esto constituye solo parte del comportamiento inteligente.
Muchos autores han empezado a subrayar la importancia que las variables emocionales o motivacionales tienen para la conducta inteligente manifiesta, tanto en la vida real como en las situaciones creadas por los tests mentales.
En este sentido, Gardner introduce el término de inteligencias múltiples para resaltar que son un número desconocido de capacidades humanas que van desde la inteligencia musical hasta la aplicada al conocimiento de uno mismo. Este autor pone énfasis en que estas capacidades son tan fundamentales como las que tradicionalmente detectan los tests que miden el coeficiente intelectual (CI).
Gardner está convencido de que es posible desarrollar estas diferentes inteligencias de manera independiente mediante un esfuerzo sostenido.

SOCIAL Y PRÁCTICA

Más allá de los factores de resolución de problemas y habilidad verbal incluidos tradicionalmente en las teorías, en muchos estudios empieza a surgir con fuerza un factor de competencia social.
Se ha definido la inteligencia social como un conjunto de habilidades que permiten comprender a otros y actuar o comportarse en relación a otros, en forma sabia (Thorndike, 1920). Otros autores agregan que se trata de la habilidad para juzgar correctamente sentimientos, estados de ánimo y motivación de otros.
Sternberg (1985) ha propuesto la teoría de la triple inteligencia, la cual sostiene que esta está formada por tres subtipos diferentes: analítico, creativo y práctico.
El tipo analítico es la inteligencia tradicional que se necesita para resolver problemas difíciles. Esta se requiere para tener un buen desempeño en la mayor parte de las tareas académicas.
El tipo creativo permite el surgimiento de nuevas ideas, la imaginación y la combinación novedosa de las cosas. 
Y el práctico es el tipo de inteligencia que se requiere para adaptar el entorno a las propias necesidades. La idea de la inteligencia práctica ayuda a explicar por qué alguien a quien le cuesta trabajo la escuela puede ser un empresario, político o atleta exitoso. Este tipo de inteligencia incorpora las ideas del sentido común, la sabiduría y la inteligencia aplicada a lo cotidiano.
Alguien con una gran inteligencia práctica también gozará de buena intuición, una forma de saber o razonar, basada en la experiencia, en la que la ponderación y el equilibrio de los datos se hacen casi en “un cerrar de ojos”.
Algunos ejemplos de una buena intuición incluyen el de un comerciante que tiene el presentimiento de que un cierto estilo será lo más cotizado en la siguiente temporada, el de un entrenador que ve posibilidades en un joven desgarbado y el de un supervisor que tiene la corazonada de que un vecino sería un muy buen empleado en su oficina. También se requiere de intuición para la inteligencia creativa.
En lo que se refiere a la inteligencia práctica, no existen tantos instrumentos de medición como en otros tipos de inteligencia, y quizás esto se deba a que no hay un constructo general que trascienda ciertos tipos de situaciones o tareas.
Uno de los enfoques más conocidos implica la simulación de situaciones de la vida real; por ejemplo, que los sujetos deban enfrentarse a tareas como responder cartas, llamar por teléfono o hacer memos en la mejor forma posible.
La idea básica en este enfoque es que la actuación en las tareas de la vida real implica un conocimiento tácito de un cierto tipo que nunca ha sido enseñado explícitamente y a veces ni siquiera verbalizado.
Entre las inteligencias prácticas que actualmente son tan valoradas en el lugar de trabajo está el tipo de sensibilidad que permite a los líderes efectivos captar mensajes tácitos.
Nos encontramos, entonces, en una intersección entre lo que podríamos considerar inteligencia y lo que es la estructura de personalidad. Así, la coherencia de esta última y el potencial para un comportamiento socialmente inteligente descansa en la tendencia del individuo a detectar las oportunidades para lograr las tareas que se ha propuesto, en los lugares más habituales y rutinarios de la vida diaria, lo que implica a menudo romper con las normas sociales y renunciar a costumbres y estrategias antiguas.
Así, podemos considerar que la flexibilidad para lograr las metas deseadas en la vida puede ser un indicador de la “sabiduría” de los individuos para “modificar sus hábitos” sin dejar de ser coherentes con sus motivaciones esenciales.
Según Gardner, es posible desarrollar las diferentes inteligencias de manera independiente mediante un esfuerzo sostenido.

LA INTELIGENCIA EMOCIONAL

La teoría de la inteligencia múltiple ha evolucionado, centrándose cada vez más en la emoción misma.
La inteligencia emocional (IE) es la habilidad para percibir, imaginar y comprender las emociones, usando esta información para tomar decisiones (Mayer & Salovey, 1995, 1997). Frecuentemente necesitamos hacer juicios complicados y, cuando nos equivocamos, nos vemos en problemas.
Las aptitudes emocionales que con más frecuencia han sido mencionadas en relación con un liderazgo exitoso son:
Conocer las propias emociones: La conciencia de uno mismo —el reconocer un sentimiento mientras ocurre— es la clave de la IE. Los que tienen mayor certidumbre respecto de sus sentimientos son mejores guías de su vida y tienen una noción más segura de lo que sienten acerca de las decisiones personales.
Manejar las emociones: Manejarlas para que sean adecuadas se basa en la conciencia de uno mismo. Incluye la capacidad de serenarse, de librarse de la irritabilidad, la ansiedad y la melancolía excesivas. Los que tienen éxito conservan la compostura bajo estrés y se mantienen serenos en las crisis.
La propia motivación: El ser capaz de ordenar las emociones al servicio de un objetivo es esencial para prestar atención, para la motivación intrínseca, el dominio, y la creatividad. Está relacionada con la iniciativa, el afán de éxito y la adaptabilidad. Los que tienen éxito aceptan la responsabilidad, admitiendo sus faltas y errores y se ocupan de solucionar los problemas sin obsesionarse con el fracaso.
La empatía: Reconocer emociones en los demás es otra capacidad que se basa en la autoconciencia emocional. Los exitosos son sensibles; capaces de ponerse en el lugar del otro, demuestran tacto y consideración en su trato con todos.
Manejar las relaciones: El arte de las relaciones consiste en la habilidad para manejar las emociones de los demás. Los líderes con esta capacidad, fortalecen lazos entre las personas y aprovechan la diversidad en sus equipos. Ser capaz de manejar las emociones de otro es la esencia del arte de mantener relaciones y exige la madurez de otras dos habilidades emocionales, autocontrol y empatía.
Así, ser emocionalmente inteligentes significa conocer las emociones propias y las ajenas, poder manejar las emociones a partir de su conocimiento y, más importante aún, saber en qué situaciones es apropiado la expresión de las emociones y el efecto que causan en los demás. Por lo mismo, requiere de hacerse responsable del impacto que causan las emociones. Todo lo anterior conduce a un incremento en la capacidad de relacionarnos.

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