miércoles, 31 de julio de 2013

Felicidad y salud a través de la participación

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Se discute a veces la evidencia de si la felicidad percibida puede llegar a tener efectos positivos sobre la salud o no. Es una de las ideas clave de la denominada psicología positiva, esa que afirma que trabajar activamente para sentirnos bien puede ser importantísimo, no solamente a nivel de los logros que iremos consiguiendo sino también en cuanto a conseguir una salud y calidad de vida mejores.  También hemos tratado aquí antes el tema de los beneficios psicológicos de la participación, de sentirse parte de la comunidad a la que se pertenece, llegando a relacionar las abundantes oportunidades para participar que nos ofrecen los medios sociales con algo tan importante como la felicidad.
Pues bien… una investigación reciente de la UCLA y la Universidad de Carolina del Norte afirman algo relacionado con todo ello pero bastante más inquietante y trascendente:  la positividad es capaz de incidir en el funcionamiento de nuestros genes.
Lo que dicen es algo aún más complejo: distintos tipos de felicidad pueden tener efectos distintos en nuestro genoma. En concreto, parece que la gente con altos niveles de lo que se denomina bienestar eudaimónico, consistente en aquel tipo de felicidad que conseguimos cuando sentimos un profundo sentido y significado  en nuestras vidas (buenos ejemplos de ello sería la Madre Teresa, Gandhi, etc.) tienden a generar expresiones genéticas de inmunidad (bajos niveles de expresión inflamatoria y altos de actividad antiviral).
Resulta sorprendente o evocador (cualquier Junguiano convencido de un sentido cósmico de la humanidad sonreiría al leerlo) que los beneficios no ocurren en el caso de cualquier tipo de felicidad: la gente con niveles altos de bienestar hedonista, ese tipo de felicidad que proviene de gratificaciones externas, provenientes del consumo, un tipo de felicidad que es para muchos artificial,  sustitutiva de las más auténticas e interiores, no muestra los beneficios comentados. Lo que se desarrolla en este caso en el genoma humano es justo lo opuesto: altos niveles de inflamación y bajos de actividad antiviral y de anticuerpos.
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El tema no resulta una sorpresa en cuanto al efecto negativo de situaciones prolongadas de estrés pero sorprende su “sensitividad”, mientras que ambos grupos, los hedonistas y los eudaimónicos sentían similares niveles de bienestar emocional positivo, sus genes respondían de forma muy distinta.
En fin… un argumento más para defender las posibilidades actuales de esa participación significativa por la que apostamos constantemente.

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