kafka
Es mentira que las grandes mentes hayan sido un dechado de productividad: muchos y 
muchas se percibían a sí mismos como francamente flojos. Edgar A. Poe dijo una vez “Soy
excesivamente perezoso e increíblemente industrioso—por turnos.” La procrastinación es 
un pecado de nuestros días porque se contrapone a la idea de que el tiempo es dinero, y que
por ende perder tiempo es perder dinero; un hábito culposo y sumamente disfrutable en el 
que grandes nombres de la literatura no dejaron de incurrir.
En 1908, Franz Kafka obtuvo un puesto en una dependencia de seguros en Praga, donde
trabajaba de 8 o 9 de la mañana hasta las 2 o 3 de la tarde. Esto representó una mejora en
 cuanto a su trabajo anterior, el cual requería de largas jornadas e incluso de tiempos extra. 
¿Cómo usaba el autor de La metamorfosis este tiempo de sobra? Al salir del trabajo, almorzaba,
 a lo que seguía una siesta de cuatro horas; luego, unos 10 minutos de ejercicio; una caminata; 
cena con su familia; finalmente, alrededor de las 10:30 u 11:30 de la noche, algunas horas
 de escritura, mucho del cual pasaba escribiendo lo que ha sido llamado la escritura del yo
a través de su diario o en cartas.
En las cartas uno puede leer cómo Kafka se quejaba de que su trabajo le quitaba tiempo, 
pero según la estudiosa Louis Begley, esto era sólo un pretexto: “Es raro que los escritores 
de ficción se sienten detrás de sus escritorios a escribir más de unas pocas horas al día. 
Si Kafka hubiera utilizado este tiempo eficientemente, el horario de trabajo en la oficina le
hubiera dado suficiente tiempo para escribir. Como él mismo reconoce, la verdad es que perdía 
el tiempo.”
Pero no se trata de un incidente aislado: el filósofo William James fue otro gran procrastinador. 
James dijo en una de sus clases: “Conozco una persona que jugará con el fuego, acomodará
 las sillas, recogerá las motas de polvo del suelo, arreglará su escritorio, echará un vistazo 
al periódico, tomará cualquier libro que vea, se picará las uñas, que perderá toda su mañana, 
de cualquier forma, y sin ninguna premeditación, simplemente porque la única cosa que tiene 
que hacer es preparar una clase vespertina de lógica formal, la cual detesta.”
La procrastinación puede no ser del todo mala. Como decía el gran Oscar Wilde, “No hacer nada
 es una de la cosa más difícil del mundo, la más difícil y la más intelectual.” Después de todo,
 estrictamente “hacer nada” es francamente imposible. Contemplar puede ser un trabajo 
de tiempo completo para una persona sensible. Además, trabajar bajo presión puede ser una 
gran fuente de energía. Edward Abbey expresó en una carta a su editor: “Odio los 
compromisos, las obligaciones y trabajar bajo presión. Pero por otro lado, me gusta que me
 paguen por adelantado y sólo trabajo bajo presión.”
Tal vez el secreto sea ser disciplinadamente indisciplinados, es decir, dedicar una medida
 precisa de tiempo a actividades no relacionadas con el trabajo creativo o la franca 
dispersión –pero detenernos en el momento en que sabemos que hay que trabajar u 
ocuparnos de algo importante. La procrastinación y la productividad no tendrían por qué estar
 peleadas si nos conocemos a nosotros mismos y somos conscientes de nuestros propios
procesos.