lunes, 29 de agosto de 2011

Adam Smith, más que una mano invisible

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Adam Smith, más que una mano invisible

Adam Smith (1723, Kirkcaldy- 1790, Edimburgo) dedicó su vida a la filosofía, a su madre y a recaudar impuestos. No se le conoce ninguna relación sentimental y todos sus esfuerzos intelectuales y personales se centraron en crear una Ciencia del Hombre.

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En ella, Smith se separaría del teologismo militante de su época y situaría las relaciones humanas como motor de la sociedad. Éste es el argumento de Nicholas Phillipson, autor del libro Adam Smith: una vida ilustrada.

Smith nació en el pueblo escocés de Kirkcaldy en 1723. Su padre había fallecido pocos meses antes, pero dejó a su madre en una situación económica acomodada. Desde entonces, Margaret Smith (antes Douglas) se volcó en la educación de su hijo y se preocupó de que acudiera a los mejores colegios y universidades.

El amor de la madre por el hijo era correspondido. Adam Smith se preocupó siempre de su bienestar y de satisfacer sus caprichos y necesidades –menos del de escribir más a menudo cuando estaba fuera–. “Es la persona que me ha amado más que cualquier otra lo haya hecho o lo vaya a hacer nunca, y a quien yo he amado y respetado más que a cualquier otra persona”, escribió de ella Smith.

La devoción de la madre por el hijo moldeó el carácter de éste y encarriló desde el principio y para siempre su vida hacia la Ciencia. Lo que no podía imaginar Margaret es que las ideas de su hijo iban a marcar un antes y un después en la economía de todo Occidente.

Smith es conocido como autor del libro La Riqueza de las Naciones (ver texto en la página siguiente). En él, acuña el concepto de “Mano Invisible”, una metáfora de una idea revolucionaria: cuando cada persona actúa acorde con sus intereses individuales en realidad está contribuyendo a un bien común superior.

Pero aunque el filósofo escocés será recordado siempre por esta idea, su programa ideológico era mucho más ambicioso. Smith quería crear toda una teoría sobre una Ciencia del Hombre, donde La Riqueza de las Naciones era sólo la segunda parte de un total de tres.

La primera fue su Teoría de los Sentimientos Morales, donde trata de elaborar una teoría de cómo los acontecimientos de la vida diaria –y no tanto la religión– son los que otorgan a los hombres una moralidad. Una opinión más que atrevida en la Escocia presbiteriana del siglo XVIII, que toma prestados los principios básicos de la obra del filósofo David Hume, amigo personal de Smith.
La tercera parte de su Ciencia del Hombre era un libro sobre la Estética y las Artes, que nunca empezó. Smith agotó sus energías reeditando sus dos grandes obras y recaudando impuestos para la Corona Británica desde el Consejo de Aduanas de Escocia, al que dedicó sus últimos años de vida.

Aunque parezca una contradicción, el principal teórico y defensor del libre comercio y opositor a los aranceles, dedicó el tramo final de su carrera –nada menos que doce años– a recaudar impuestos que obstaculizaban el intercambio de mercancías. Phillipson esboza la solución a la paradoja.

Smith creía firmemente en las reformas profundas de las instituciones para mejorar la sociedad y odiaba las revoluciones. Esto tenía dos implicaciones. La primera: respeto a la legalidad vigente, aunque se discrepe, para evitar un Estado fallido. Y la segunda: Smith no era un utópico y sabía que Reino Unido no iba a eliminar todos sus aranceles de un día para otro.

En consecuencia, sólo cabía la reforma progresiva para poder llegar a su sistema impositivo ideal: presión fiscal moderada, normas sencillas y entendibles para el ciudadano y fácil de implementar por la autoridad. Y lo escribió hace más de 200 años.

Las lecciones de 'La Riqueza de las Naciones'
Pocas obras han marcado tanto la historia de la política económica como ‘La Riqueza de las Naciones’, de Adam Smith. El filósofo escocés esbozó a finales del siglo XVIII una teoría revolucionaria: La suma de los intereses individuales da como resultado el bien común.

Pero el filósofo escocés va un paso más allá: es la necesidad la que incita a los hombres a relacionarse con el medio, a interactuar con otras personas y a progresar. “Adam Smith muestra que la laboriosidad, el ingenio y el amor por el progreso son una respuesta a la indigencia y la necesidad”, asegura Nicholas Phillipson.

Smith creía que si un individuo apoya “la industria doméstica frente a la extranjera, simplemente busca su propia seguridad; y al dirigir esa industria de tal modo que sus productos tengan el máximo valor, sólo intenta su propio bien, y es en ese caso, al igual que en muchos otros, cuando está guiado por una mano invisible que promueve un fin que no formaba parte de su intención inicial” y consigue el bien común. Smith esboza muchas ideas en su obra cumbre. De ella se desprenden cinco lecciones que firmaría cualquier liberal del siglo XXI:

1. Ataque al Mercantilismo. En el siglo XVIII prevalecían las teorías mercantilistas. El origen de la riqueza era la acumulación de oro gracias al comercio exterior. Había que exportar lo máximo e importar lo mínimo, lo que inyectó una fiebre arancelaria que acabó estrangulando el comercio internacional. Smith calificó esta teoría de superstición y aseguró que los beneficios del libre comercio son mucho mayores.

2. Egoísmo ilustrado. Smith defiende que cuando cada ciudadano actúa en sus propios intereses está promoviendo sin saberlo el bien común, como si estuviera guiado por una mano invisible.

3. División del Trabajo. La división del trabajo, que permite a cada ser humano especializarse en una sola labor, es una de las principales fuentes de progreso de un país. Además, según el filósofo escocés, la capacidad de trabajar de los hombres es una de las piezas clave del motor de generación de riqueza de una sociedad, y es la propiedad más sagrada e inviolable que posee.

4. Libre Comercio. ‘La Riqueza de las Naciones’ defiende que el origen de la prosperidad es el comercio libre y que los Gobiernos deben promoverlo eliminando todos los aranceles a productos externos. Otro de los enemigos del libre comercio son los monopolios, que impiden la competencia y sólo benefician a los dueños del monopolio y no al resto de ciudadanos.

5. Gobierno limitado. Según Smith, el Gobierno debe limitarse a promover un marco legal estable, con fiscalidad moderada y a impartir justicia. Menos es más. Según Smith, esos son los ingredientes necesarios y suficientes para que la sociedad, por sí sola, prospere. Incluso defiende que obras públicas como las carreteras deben pagarlas sus usuarios (peajes), y no el erario.


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