jueves, 14 de abril de 2011

Nuestras palabras tienen poder

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Formemos varones y mujeres seguros y felices

Si hoy te preguntaran a cuántas personas has dañado y herido con una palabra en tu vida. Seguramente, tu respuesta sería “a muchas”. Pues nadie –creo– podría decir lo contrario. Desde que somos muy pequeños estamos expuestos a palabras dulces y amargas, expresiones agradables y desagradables, que quieran o no marcan nuestra vida para bien o para mal.

Según los especialistas de familia y psicólogos, nuestras palabras tienen poder. Sí, poder, para hacer el bien o el mal a quienes las expresamos. Si bien los efectos no son inmediatos, estos se manifiestan, por lo general, durante la adolescencia y se prolongan hasta la adultez.

Cuántas veces bajo los efectos del enojo y la impaciencia, lanzamos expresiones hirientes como: ¡No sirves para nada! ¡Eres un fracasado! ¡Eres una ociosa! ¡Eres gordo y feo! A simple vista podrían ser expresiones sin importancia, pero estas si se repiten más de una vez, es más probable que estemos formando a una persona con dichas características.

En el caso del hogar, los padres deben tener en cuenta que existen palabras que nunca se olvidan y que repercuten en la autoestima y personalidad de sus hijos, quienes mañana más tarde serán adultos y padres también. De ahí que los psicólogos recomiendan no involucrarlos en los conflictos matrimoniales, ni descalificarlos, ni humillarlos. Pues para el niño son un recuerdo perenne de la desaprobación de sus padres, de sentirse minimizado por aquellos a quienes tanto ama (ver: Efesios 6:1-4).

En esta realidad, las escuelas también se convierten en un espacio muy importante en la formación de la personalidad del niño. Aquí por ejemplo, en la mayoría de los casos, son los propios compañeros quienes podrían influir de manera negativa, a través de los apodos o las famosas “chapas”.

Es evidente que si comenzamos a reemplazar nuestras palabras hirientes por palabras cargadas de amor, aceptación y valor, estaremos contribuyendo a formar mañana varones y mujeres con amor propio, seguros, felices y un destino prometedor. Y mejor aún, que se acepten tal como son.

Recordemos que el pincel más hábil para forjar una buena o baja autoestima son las palabras.

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