domingo, 6 de febrero de 2011

AUTOCONOCIMIENTO

Extraido de Educación y condición humana
Juan Miguel Batalloso Navas

«…Sólo el autoconocimiento puede traer tranquilidad y felicidad al hombre, porque el autoconocimiento es el principio de la inteligencia y de la integración. La inteligencia no es un simple ajuste superficial; no es el cultivo de la mente, ni la adquisición de conocimientos. La inteligencia es la capacidad para entender los procesos de la vida; es percepción de los verdaderos valores…». Jiddu Krishnamurti


Conocerse a sí mismo significa básicamente ser capaz de utilizar nuestras capacidades de observación, exploración e introspección con el fin de identificar nuestras características personales, obteniendo así información sobre nosotros mismos para autodescribirnos. Sin embargo, esto no es algo tan simple como tomar una fotografía o realizar un test. De este modo, bastaría con aplicar la pruebas más adecuadas, para obtener así un retrato aproximado de lo que nuestra mente señala o expresa como rasgos de personalidad en un momento concreto de nuestras vidas. Y es que las pruebas diagnósticas, aunque son sin duda una herramienta muy útil para ayudarnos eficazmente a conocernos, a lo sumo, de lo que nos informan, es de “como somos” o “como nos vemos”, dejando al descubierto y sin respuesta al “qué somos”, “quiénes somos”, “qué podemos esperar” y otras muchas preguntas en relación al complejo y eterno misterio del conocimiento de los seres humanos y su condición.
El autoconocimiento, no es pues un problema exclusivamente de pensamientos y descubrimiento de rasgos acerca de nosotros mismos, sino algo mucho más dinámico y complejo. Sobre todo porque los seres humanos no somos, sino que estamos siendo permanentemente y actuamos de continuo de forma interactiva, reconstructiva y auto-eco-organizadora con los contextos a los que estamos acoplados. Y son en estos procesos interactivos y reconstructivos, en los que intervienen nuestras emociones, dando lugar a esa original forma de manifestarnos en cada situación, que va poco a poco haciendo posible no sólo las regularidades que configuran nuestro original modo de ser, sino también nuestras tendencias a actuar de una determinada manera.
Las emociones juegan por tanto un papel transcendental, en cuanto que éstas son las encargadas dotar de energía a nuestra conducta, que al estar integrada en un contexto con el que interactuamos permanentemente crean y modulan tanto nuestro estado o ambiente interior, así como el ambiente o estado exterior en el sentido de que generan y/o estimulan climas psicosociales favorecedores o entorpecedores de comunicación y aprendizajes, lo cual sin duda, tiene una importancia educativa y pedagógica de primer orden.
Son nuestros pensamientos y emociones de forma integrada, nuestros «sentipensamientos» (MORAES, M.C. y TORRE, S.; 2004) los que configuran y dan color a la percepción que tenemos de nosotros mismos, sin olvidar que en el conocimiento de nosotros mismos también juegan un papel muy importante nuestras expectativas, así como la percepción y valoración que los demás hacen de nosotros.

Conocerse a sí mismo significa entonces, ser capaz de identificar nuestros propios sentimientos, emociones, deseos, motivos, razones, intereses y valores, comprendiendo las relaciones, vinculaciones, bifurcaciones y contradicciones que se producen entre pensamientos, sentimientos, palabras y acciones, es decir, conocer el modo en que los impulsos y emociones influyen sobre nuestra propia conducta y los objetivos que nos marcamos.
El autoconocimiento es sin duda un proceso interminable en el que de alguna manera se trata de constatar la existencia, la presencia y el funcionamiento de los tres cerebros de McLean, en cuanto que pensar, sentir y querer, se corresponden respectivamente con las funciones del neocortex (hemisferio derecho y hemisferio izquierdo), del sistema límbico y del paleoencéfalo o cerebro reptiliano, funciones que no son independientes. Por tanto conocerse a sí mismo podría ser considerado como un proceso de «triunificación de la mente» (NARANJO, C.; 2009: 77) que va más allá de lo puramente descriptivo o analítico, situándose así en territorios sumamente complejos dado el dinamismo de las relaciones y vinculaciones que establecemos a través de las puertas perceptivas de nuestros sentidos y de nuestros movimientos de ajuste y acoplamiento estructural con el medio.
En todo caso y aunque no pueda reducirse todo a cogniciones y emociones, conocerse a sí mismo implica ser capaz de integrar y respetar el yo pasado relacionándolo con el presente y proyectándolo hacia el futuro, siendo bien conscientes de que la vida únicamente la podemos vivir en el ahora, lo cual supone también ser capaz de tomar decisiones anticipando las consecuencias de las mismas. Se trata pues de una especie de proceso liberador de aquellos condicionamientos que limitan, esclavizan y entorpecen el desarrollo pleno de todas nuestras potencialidades, lo que evidentemente posee un transcendental valor educativo, un proceso que no es exclusivamente mental, sino también corporal y ambiental. Corporal, porque mente y cuerpo forman una unidad inseparable y ambiental porque los seres humanos somos básicamente relaciones y vinculaciones, dimensiones que no pueden ser ignoradas a la hora de establecer y o formalizar cualquier actividad educativa dirigida a desarrollar el autoconocimiento.
Es obvio, que las personas que no son capaces de autoconocimiento son fácilmente arrastradas y dominadas, no sólo por las reacciones que provocan en su interior las interacciones y relaciones que establecen con su medio social y natural, sino también por sus impulsos primarios, o por aquellas emociones destructivas que como el odio, la ira o el resentimiento, cargan de energía negativa no sólo todo nuestro mundo interior sino todo el clima psicosocial de los ambientes en los que actuamos. Por tanto, el desconocimiento de nuestra condición humana y en particular de nosotros mismos, se constituye en un insalvable impedimento para la emergencia, entre otras, de cualidades humanas esenciales como podrían ser, la paz, la alegría, la felicidad y el amor, cualidades sin cuya presencia resulta imposible el afrontamiento eficaz y sostenible de nuestras dificultades, problemas y conflictos.
La experiencia de aquellas personas que han iniciado y se han mantenido durante largos periodos de tiempo en el camino del autoconocimiento, nos dice que, a medida que tomamos conciencia de nuestras emociones y sentimientos, el conocimiento de nosotros mismos gana en profundidad y altura, de modo que nuestra conciencia inicia una especie de expansión que va espontáneamente abriendo nuevas puertas para el conocimiento de nuestro ser y nuevas posibilidades para la superación de nuestro egocentrismo. De aquí la importancia de aprender a contemplar y a reconocer no solamente nuestros sentimientos de alegría, sino también aquellos que están en la base o en el origen en donde se generan los sufrimientos innecesarios. Contemplar, reconocer e investigar el propio sufrimiento, hace que el entendimiento, la comprensión y el amor, surjan dentro de nosotros, facilitando nuestra propia cura interior.
El autoconocimiento es sin duda un camino terapéutico que nos ayuda no sólo a resolver nuestros conflictos, sino a vivir más armónica y plenamente el presente facilitándonos un camino de sosiego, serenidad y autorrealización. Conocerse a sí mismo es en realidad un proceso de cura y de saneamiento permanente, cura que se realiza cuando somos capaces de descubrir nuestros condicionamientos y liberarnos de ellos, porque aunque los deseos son sin duda una importante fuente de motivaciones que proporcionan energía y sentido a nuestra conducta, en realidad también nos conducen a una cadena interminable de insatisfacciones que nos generan sufrimiento en todas sus formas.
No albergamos dudas, de que el autoconocimiento es el camino para la sabiduría, pues sin él estamos sujetos a permanecer en las sombras, en el sufrimiento, en la soledad interior, en la ira, en el miedo, en la ignorancia, en los apegos y en los condicionamientos. Visto como camino de sabiduría, el autoconocimiento es una de las tareas humanas más difíciles e interminables que cualquier ser humano puede emprender. Es algo así como aquel viejo cuento oriental en el que tres formas humanas caminaban juntas en el interior de un solo hombre: uno el que creía ser, otro el que le gustaría ser y otro el que los demás creían que era, ocultando así el que real y auténticamente caminaba. Por ello es de fundamental importancia distinguir y no confundir el autoconocimiento con el autoanálisis, la autoobservación, el autocontrol, el autoconcepto, la autoidentidad o la autoestima (HERRÁN, A.; 1994: 400-404), ya que estos aspectos, aunque son parte integrante del autoconocimiento, son más bien medios y/o elementos formales que no necesariamente conducen al descubrimiento de lo esencial. De ahí que el autoconocimiento tenga un carácter sustancialmente transcendente y orientado al desarrollo espiritual y/o a la autoliberación interior (DE MELLO, A.; 1988).
Intentando precisarlo un poco más, el autoconocimiento es un proceso de autoinvestigación personal en todas las dimensiones de nuestra existencia que se manifiestan en relación a nuestras interacciones con los demás y con la naturaleza de la que formamos parte, y por tanto es un proceso que es al mismo tiempo ecológico, social y personal, que aunque exige el despliegue de todas nuestras capacidades e inteligencias, está más centrado en la «inteligencia intrapersonal»10 (GARDNER, H.; 2001) que incluye tanto la «inteligencia emocional» (GOLEMAN, D.; 1999), como la «inteligencia espiritual» (ZOHAR, D. y MARSHAL, I.; 2001).


10 «…La inteligencia intrapersonal supone la capacidad de comprenderse a uno mismo, de tener un modelo útil y eficaz de uno mismo, que incluya los propios deseos, miedos y capacidades y de emplear esta información con eficacia en la propia vida…» (GARDNER, H.; 2001: 53)

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