lunes, 7 de junio de 2010

Yo no trabajo

Yo no trabajo
Javier Martínez Aldanondo,
Gerente de Gestión del Conocimiento de Catenaria
jmartinez@catenaria.cl



El título del artículo de este mes no significa que haya decidido jubilarme coincidiendo con el newsletter número 50. Me quedan todavía bastantes años de “carretera”…
Cada vez que viajas de un país a otro en avión, las autoridades respectivas exigen rellenar un formulario que, entre otras cosas, pregunta tu profesión. Durante mucho tiempo, esa pregunta me resultó muy difícil de contestar. Desde el punto de vista académico, estudié Derecho pero jamás he ejercido como abogado. Los primeros años de actividad profesional los invertí en fundar y gestionar 2 empresas en el ámbito de la tecnología, el conocimiento y el aprendizaje. Actualmente mi tarjeta dice que soy Gerente de Gestión del Conocimiento. Hasta hace unos meses, resolvía el trámite escribiendo lo primero que me venía a la cabeza (torero o domador eran las opciones más habituales) pero últimamente he decidido escribir textualmente “no trabajo” y, por suerte, no es porque me haya quedado desempleado. A veces me tienta poner “aprendedor profesional“ pero me contengo. “No trabajo” es también lo que respondo cuando alguien me pregunta a qué me dedico ante lo cual suelo percibir una mueca a medio camino entre la incredulidad y el estupor. Pero en verdad lo creo así. Hay 2 ámbitos desde donde creo interesante analizar por qué mantengo que “Yo no trabajo”:

1. El preguntar a los directivos qué “conocimiento” echan de menos en sus colaboradores, lo primero que mencionan es “leer, escribir y hablar bien” Al igual que ocurre casi todas las personas que conozco, las tareas que ocupan la mayor parte de mi agenda se agrupan en esas 3 grandes áreas, demasiado obvias como para considerarlas trabajo:
a. Leer: Cada día dedico buena parte de mi tiempo a la lectura de distintos tipos de documentos, en español e inglés, que incluyen por ejemplo: mails, solicitudes de clientes, curriculums, artículos y papers, informes de proyectos, webs de toda clase, propuestas, bases técnicas, etc.
b. Escribir: Otra parte importante de la jornada la dedico a escribir por ejemplo: más mails (en su momento escribiré acerca del daño que nos está causando el correo electrónico), artículos, propuestas, informes, presentaciones, chateo vía messenger con compañeros, etc.
c. Hablar: Finalmente, invierto un tiempo considerable en conversar (por distintos medios, ya sean presencialmente, por teléfono o vía skype) con mis colegas y con otros colaboradores para coordinar actividades y reuniones, con los clientes durante la ejecución de los proyectos, con los potenciales clientes, con los asistentes a los talleres y conferencias en que participo, etc.
No tengo dudas de que estos 3 aspectos suponen la ocupación esencial de los trabajadores del conocimiento. No parecen gran cosa, a fin de cuentas, todo el mundo sabe leer, escribir y hablar y por eso me resulta tan embarazoso considerarlo un trabajo. En teoría, el colegio te enseña esas habilidades durante los primeros años. Sin embargo, leer, escribir y hablar bien es bastante más complejo porque implica una serie de operaciones mentales bastante sofisticadas que suelen pasar desapercibidas. Todos sabemos escribir pero unos pocos escogidos son capaces de escribir un libro. Todos dedicamos muchos años al simple ejercicio de conversar pero muy pocos están habilitados para improvisar un discurso inolvidable ante un auditorio. ¿Cuáles son esas operaciones tan sofisticadas y tan escasas?
Leer exige, entre otras cosas, manejar un amplio conocimiento semántico para entender adecuadamente lo que se lee, capacidad de diagnóstico, de análisis y de síntesis, de priorización, de hacerse las preguntas adecuadas, de comprender el contexto, de establecer relaciones con lo que ya sabes (sobre todo con tu experiencia), de ser capaz de ponerse en el lugar de quien escribió y comprender también lo que no te dice…
Escribir implica no sólo un amplio conocimiento del idioma, de la gramática y de redacción sino una gran habilidad para reconocer a tu audiencia (para quién escribes, qué le interesa, qué sabe y qué no sabe), una capacidad profunda de razonamiento y una gran habilidad para ordenar los argumentos y sobre todo para expresarlos de manera clara, precisa y convincente, ser capaz de manejar distintos registros que van desde el humor a la ironía pasando por la crítica o la seducción, de hilvanar historias atractivas y sorprendentes …
Hablar obliga en primer lugar a saber escuchar (algo tan difícil de encontrar actualmente), de conocer a tu interlocutor, ser capaz de pensar de forma estructurada, organizar las ideas y exponerlas de manera que resulten persuasivas, desenvolverse en escenarios tan distintos como una reunión de equipo de proyecto, una presentación de una oferta a un cliente, una conferencia multitudinaria, una entrevista en televisión o la comunicación de una mala noticia a una persona … En otro artículo abordaré el espinoso asunto de por qué creo que no es posible aprender un idioma si no vives durante varios meses en el país donde se habla dicho idioma.

Si gran parte de la jornada laboral de la inmensa mayoría de los trabajadores actuales gira alrededor de esas 3 habilidades y el hecho de ejecutarlas bien es altamente valorado (al mismo tiempo que añorado) por los directivos, entonces hay 2 preguntas ineludibles:
¿Dónde se aprenden esas habilidades? Asumamos que para los 7 años, cualquier niño sabe leer, escribir y hablar de manera básica. ¿A qué dedica el resto de años hasta que se gradúa y por qué progresa tan poco? Casi todo el tiempo se emplea en abordar la enorme cantidad de asignaturas que exigen los Ministerios de Educación respectivos (narradas por profesores) en memorizarlas y en plasmarlas en un examen donde muchas veces únicamente hay que escoger la respuesta correcta. Claramente, ni el colegio ni la universidad ponen énfasis en asegurarse de que toda persona que se gradúa maneje esas 3 habilidades con maestría, entre otras cosas porque resultan difíciles de enseñar y también de evaluar para docentes cuya especialidad son los contenidos, ya sea geografía, música, biología o educación física. Mi experiencia me dice que aquellos profesionales que considero diestros a la hora de leer/escribir/hablar, desarrollaron su conocimiento como autodidactas, de forma paralela a lo que exigía el curriculum académico y las han perfeccionado a lo largo de su carrera profesional teniendo que responder a los múltiples desafíos que necesitaron ir sorteando. La vida, como siempre, es el mejor maestro.
¿Cómo se aprenden esas habilidades? Si le preguntas a cualquier persona que consideras habilidosa para las 3 actividades mencionadas, cómo lo hace, qué metodología sigue, te encontrarás casi siempre la misma respuesta: “No lo sé”. El conocimiento, como ya apuntamos en artículos anteriores, es inconsciente, lo tienes pero no sabes dónde lo tienes ni cómo llegó allí. Si de verdad nos parece importante que nuestros niños y jóvenes aprendan a pensar autónomamente y a comunicarse de forma inteligente (que es en definitiva lo que se trata), entonces no podemos cometer el error de convertir esas 3 habilidades en asignaturas y enseñarlas de forma directa. Es necesario en primer lugar reconocer que enseñar no es una actividad posible mientras que aprender sí lo es. Cuando hablamos de enseñar nos situamos en el punto de vista del profesor, dejando al alumno como un ser pasivo y secundario. Sin embargo, cuando hablamos de aprender, el protagonista es el alumno que pasa a jugar un rol activo y a responsabilizarse del proceso. Si sabemos que aprendemos haciendo, lo que necesitamos es diseñar experiencias donde proponer a los alumnos objetivos que les interesen y donde el desarrollo de esas 3 habilidades será un requisito fundamental para lograr dichos objetivos. ¿Se puede aprender a analizar, a diagnosticar, a razonar, a persuadir…? Desde luego que sí, tan sólo hacen falta 3 cosas:
- Querer aprenderlo (para lo cual necesitamos esforzarnos en involucrar a los aprendices)
- Mucha práctica (en la forma de actividades, tareas, proyectos…)
- Ayuda de alguien que sepa más que tú y que no sólo te plantea desafíos atractivos, sino que te ayuda cuando tienes problemas para avanzar y te da el feedback necesario para que aprendas.

2. Cuando pregunto a los mismos directivos que en el caso anterior qué es lo que más valoran de sus colaboradores, su respuesta coincide en un tipo de conocimiento muy particular: Compromiso. Mis pronósticos iniciales preveían que escogerían otros elementos mucho más asociados a los resultados, a la productividad, a la eficiencia o incluso a términos tan de moda como el liderazgo o la innovación. Sin embargo, a fin de cuentas, lo que más les importa es el entusiasmo, la proactividad, la motivación, el interés. La pregunta es la misma que antes ¿Se puede aprender a ser curioso? ¿Se puede enseñar a ser perseverante? ¿Cómo se aprende a tener fuerza de voluntad? La determinación o el inconformismo ¿se traen en el ADN, se favorecen, se provocan?

Cada vez que asisto a un congreso o un seminario, uno de los ejercicios habituales entre los asistentes consiste en comentar cuales fueron las mejores y las peores ponencias. Después de llevar ya bastantes eventos en el cuerpo, he llegado a una conclusión: El factor que más influye en el resultado de una conferencia, lo que explica que unas sean inspiradoras, brillantes, conmovedoras, sorprendentes, reveladoras y otras sean planas, reiterativas, aburridas o mediocres no es, como podría esperarse, el know how del expositor sino la pasión que este transmite, el amor que demuestra por su trabajo. En demasiadas ocasiones, me he llevado importantes decepciones al escuchar a expertos de renombre mundial que venían precedidos de una fama notable. En ningún caso he tenido dudas acerca de sus conocimientos ni de sus méritos pero en todas esas situaciones, mi sensación ha sido la de estar escuchando a una per sona que carece de entusiasmo por su trabajo y más aún, que ha perdido el respeto por el público que ha convocado. Pareciera que se han desenamorado de lo que en algún momento debió ser incluso su obsesión.
Uno de mis principales problemas es que me gusta demasiado lo que hago. Tanto, que me resulta imposible considerarlo un trabajo. Disfruto leyendo, me divierto escribiendo y aprendo mucho dialogando hasta el punto que hace mucho tiempo que dejó de ser una obligación para convertirse en un placer. Lo que he descubierto en realidad es que lo que subyace a todos los aspectos enunciados hasta ahora es la pasión por aprender. No es casual que de un tiempo a esta parte, las organizaciones estén embarcadas en una cruzada para seducir a los profesionales para qué trabajen con ellos, para que pongan su inteligencia a su servicio. Ejemplos como el ranking del “Best place to work“ o el énfasis que ha cobrado todo lo relacionado con la gestión y retención de talento son sólo pruebas palpables de ello. Existen ya bastantes investigaciones que demuestran que uno de los elementos que más importan a los trabajadores del conocimiento a la hora de escoger dónde desplegar sus habilidades, es precisamente las posibilidades que tienen de desarrollarse, es decir de aprender e incrementar su stock de conocimiento, que es a fin de cuentas su único capital. Cuanto más aprendes, más quieres aprender y más cuenta te das de cuánto queda por aprender. Se puede tener exceso de información, sin embargo no es posible tener un exceso de conocimiento. Sería lo mismo que decir que tengo demasiada salud o demasiado amor.
Por ejemplo ¿Qué hace insoportable una película, un trabajo o una clase? Que no pase nada, que sea predecible, que cada día sea igual que el anterior. ¿Y qué las hace interesantes? Que te planteen un conflicto que te interese, un desafío que te importe y en el cual pongas a prueba tus condiciones. ¿Qué puedes hacer en esos casos? Al contrario de lo que ocurre en el cine donde sólo puedes ser un espectador que mira, en un trabajo o en un curso, resolver el conflicto o superar el desafío depende de ti ya que eres el protagonista. Si las empresas quieren atraer talentos que además de su intelecto, desplieguen su entusiasmo y su pasión, necesitan entender a qué indicadores prestan atención las personas y diseñar entornos abiertos donde puedan expresarlos en todo su esplendor. Ofrecerles proyectos desafiantes, crear las condiciones donde cuenten con los recursos necesarios para afrontarlos y donde gestionar su conocimiento y aprender sean las herramientas esenciales para llevarlos a buen término. Necesitan encantarlos y para ello, hace falta un concepto de gestión basado en la cooperación y la colaboración, muy distinto del “ordeno y controlo” imperante que se sigue enseñando en las escuelas de negocios y que da prioridad absoluta al marketing y a las finanzas. En palabras de Steve Jobs “No tiene sentido contratar a personas inteligentes y después decirles lo que tienen que hacer. Nosotros contratamos a personas inteligentes para que nos digan qué tenemos que hacer”.
Lo que determina los resultados de una empresa hoy es lo que hace cada empleado cada día. Y esto depende del conocimiento que él tiene. Ejecutar acciones correctas es consecuencia de tomar buenas decisiones. Las buenas decisiones a su vez son consecuencia de contar con el conocimiento adecuado. Y contar con dicho conocimiento implica dominar el difícil arte de aprender… Quien tiene conocimiento avanza.
No cabe duda de que el conocimiento y el aprendizaje, siendo 2 elementos cruciales para cualquier organización, son la principal prioridad de los trabajadores actuales porque son su sangre: no pueden vivir sin ellos.

En las próximas semanas participaremos en varios eventos donde se abordarán todas estas cuestiones:
INNOTK2010 organizado por TKNIKA del 15 al 17 de junio en San Sebastián
Moodle Moot Euskadi 10 a celebrarse el 18 de junio en Rentería
Expoelearning America Latina organizado por Aefol a celebrarse en Lima del 7 al 9 de julio.




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